El amor, como la tierra

Por Fran Baeza Proyecto Comentarios desactivados en El amor, como la tierra

Defiende su eco en el saber popular esa clásica reivindicación zapatista sobre el derecho de propiedad: la tierra es de quien la trabaja. Más recientemente, y sin cuestionar la actualidad de la original, aparece en muros y en redes sociales una revisión que amplía los campos de acción de ese trabajo y del objeto de la labor, proyectándolos ahora hacia los dominios de las pasiones. Leemos entonces que el amor, ese amasijo de sentires que tanto y tantas veces se enmaraña con el sometimiento y la dependencia al amo, puede ser como la tierra que otrora éste gobernara; es decir, que pertenece en esencia y por derecho a aquellas/os que lo labran, aran y cultivan para hacer llegar la primavera. Y como nos acerca a la bondad y la esperanza de este verde renacer, lanzo ya el grito para que algún día su resonancia cobre la entidad y la influencia histórica del primero: «El amor, como la tierra: para quien lo trabaja».


Esta conexión entre el amor y la tierra no es, a mi entender, una conexión casual. Creo que podemos encontrar fácilmente una matriz o un antepasado común que justifica el paralelismo entre estos dos elementos tan -dice la Física- dispares; me refiero en concreto a los (auto)cuidados que nos sostienen y que alimentan las tripas y las relaciones humanas. La práctica y la disposición del cuidar, (no tan)tradicional y principalmente sostenidas sobre las espaldas de las mujeres, son sobre todo actos de humildad, de ternura y respeto radicales que, del mismo modo que demanda el campesinado popular en muchas partes del globo, debieran redundar en el beneficio simétrico de quienes, en ese trabajo, arquean y doblan esos espinazos. Y es que cuidar la planta, el trazo del surco y la comodidad de la lombriz es al tiempo reclamar la libertad de hacerlo para diluirse con y en esa trama natural, tan simbiótica y prolífica, que sostiene la vida en cada uno de sus frentes para el bien todas las aristas que la conforman. Cuidar para ser cuidadas/os; cuidar, y cuidarse, como perfectos actos análogos y equivalentes.


Cada tiempo acumula conflictos y desata nuevas maneras de afrontarlos. Y creo que ha llegado el día de reclamar, extendiendo las acepciones del hambre y el sometimiento, la tenencia (y no sólo la entrega) del amor que nutre a las personas y sus relaciones. Que desde nuestros huertos, nuestros barrios y –sobre todo- nuestros cuerpos, cuidemos el disfrute, la conciencia, el recreo y la sencillez del amor hacia nosotras/os mismas/os como derecho legítimo de propiedad. Que sean éstos, en definitiva, la gasolina de una revuelta que ponga en el centro la dignidad, la belleza y la fuerza de un equilibrio natural que reclame simetrías y ordene nuestros ecosistemas emocionales. Que, además de la vela, seamos la mecha.

  • Compartir: